Este domingo llega la París-Roubaix, la reina de las clásicas: 258 kilómetros recorridos por antiguas vías comerciales adoquinadas hace más de cien años

En el Infierno del Norte no importan mucho las condiciones climatológicas. Si llueve el frío y el barro apelmazan a los ciclistas, si sale el sol los corredores son envueltos por grandes nubes de polvo. Este domingo llega la París-Roubaix, la reina de las clásicas.

258 kilómetros recorridos desde la localidad francesa de Compiegne hasta una de las capitales del ciclismo: Roubaix. La particularidad de esta carrera son los tramos de adoquín, que hacen trizas los riñones del pelotón. 51 kilómetros de pavé que provocan una maduración natural. En París-Roubaix los corredores van cayendo por sí solos, hasta que un héroe o un grupo reducido de elegidos llega al velódromo donde concluye la carrera.

En la plaza de Chateau, punto de salida, se han citado los más grandes clasicómanos del ciclismo actual. Los miles de aficionados que acuden a masificar el recorrido verán el pulso entre Espartaco Cancellara, actual campeón, y Tom Boonen, el descaro del Flanderien español, Juan Antonio Flecha, al campeón del Mundo Hushvod intentar su asalto definitivo a Roubaix y luego a un puñado de 'outsiders': Pozzato, Ballan, Hoste, Hincapie, Devolder, Leukemans, Haussler, Boom y ¿por qué no? al joven Peter Sagan, que ya deslumbró en la edición de 2010 en el tramo adoquinado de Arenberg.

Es en tramos de pavés como los de Trouee d´Arenberg (2,4 kilómetros a partir del km 172 de carrera) en los que se decide la prueba. Una antigua ruta comercial construida por los hombres de Napoleón Bonaparte para enlazar París con Valenciennes. Cuando la cámara capta la entrada en la trinchera de Arenberg, vemos como los ciclistas más valientes aprietan los dientes y dejan el dolor de lado. Otros, empiezan a aceptar la invitación del hombre del mazo.

Pero después de Arenberg hay más. Quedan casi 100 kilómetros por delante. El año pasado el belga Leukemans sorprendió en este tramo, y se tuvo que conformar con hacer la selección natural de los más fuertes.

La carrera realmente se puede decidir en el paso Le Carrefour de l´Abre en el km 241. Sólo quedan 17 kilómetros a meta y 2100 metros de terreno lleno de adoquines que parecen puestos a desnivel adrede. Muy propicio para el ataque definitivo, o el adiós y hasta el año que viene. Como le pasó a Van Der Flecha en 2009 al irse al suelo. Porque en Roubaix hay pinchazos, caídas, polvo y barro antes de llegar al perfecto velódromo final. Donde llegues en el puesto que llegues, has alcanzado la gloria.

El contrarrelojista Chris Boardman dijo una vez de esta carrera que era "un circo" y él no quería ser "uno de los payasos" cuando le preguntaron si la correría. No es terreno para fórmulas uno. Pero el Hombre de la Isla de Man, Mark Cavendish, el Mario Cipollini de estos días, ha dicho sí. El mejor esprínter del mundo, se atreverá mañana con los adoquines. No parte ni como aspirante, veremos que pasa.

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