El irlandés Nicolas Roche ganó en el Monte da Groba y el Tiburón es el nuevo líder. Samuel Sánchez, Igor Antón y el colombiano Henao perdieron 2:41 en la meta.

Las carreteras de Galicia, como sus lugareños, tampoco se sabe si suben o bajan. En su mayoría suben, aunque a ratos aparenten bajar. Por si los ciclistas tenían dudas, la etapa de ayer finalizó en el Monte da Groba, espléndido mirador para quien no trepe por sus rampas en bicicleta. A esa montaña se sumó un nuevo sofocón y al sofocón se añadió el viento de cara, ese viento del norte que tanto celebran los habitantes de las Rías Bajas porque limpia el cielo de nubes. Según hemos visto, también limpia la carretera de advenedizos. Cumplidas sólo dos etapas, Nibali es el nuevo líder y dos aspirantes se descuelgan del resto: el colombiano Henao (a 2:41 en la cima) y Samuel Sánchez (a 2:45).

De momento, la carrera mantiene el altísimo nivel de sus actores principales. Mientras Nibali disfruta de un maillot sorprendente, por tempranero, Nicolas Roche goza a estas horas de un éxito asombroso, por tardío. El hijo de Stephen Roche (ganador en 1987 de Giro, Tour y Mundial) se apuntó ayer la victoria más importante de su trayectoria profesional, la primera desde que en 2011 ganó una etapa del Tour de Pekín. No era esta la hoja de ruta programada para un ciclista que con 24 años hizo una fantástica irrupción en la Vuelta 2008, 13º en la general y varios remates a los palos. Aquel verano se le declaró aspirante a una gran prueba de tres semanas. Precipitadamente, tal vez. A sus 29 años hemos comprobado que su encomiable regularidad es demasiado regular (sexto en la Vuelta 2010 y 12º en el Tour 2012). Un buen ciclista que heredó la angelical sonrisa paterna, pero no los colmillos.

Entre elogio y elogio al paisaje galaico, la jornada nos fue repartiendo pistas falsas. Se escaparon Rasmussen, Henderson y el navarro Aramendia, y cuando su ventaja superó los diez minutos, imaginamos que la etapa rendiría homenaje a los esforzados de la ruta y a los proletarios del mundo. No fue el día, sin embargo. Con ayuda del viento, el pelotón recortó la diferencia a dentelladas y los fugados fueron engullidos al inicio del puerto, sin tiempo a despedirse. Volverán a encontrarse, lo intuyo.

Después, en plena ascensión, fue el Movistar José Herrada quien se puso al mando de las operaciones. Su ritmo fue tan sostenido que terminó por resultar insostenible para muchos de los que le seguían. Quién sabe si hasta el propio Valverde no sufrió el buen ánimo de su compañero, secundado después, y mínimamente, por el polaco Szmyd.

Lo que siguió fue un avispero. Primero demarró el checo Konig, del modesto y fascinante NetApp. Tras él, Roche, Dani Moreno y el pequeño Pozzovivo (1,65), décimo en el pasado Giro.
Como en el Oeste, ganó el primero en desenfundar, o en encontrar fuerzas para hacerlo: Roche. Es muy probable que el hijo de Stephen se haya quitado un peso de encima y a partir de ahora corra más ligero. Sería una magnífica noticia que en la próxima sonrisa de galán se le adivinaran los colmillos.

www.as.com



Misschien ook interessant: